Es de sentido común entender
que una acción orientada a resolver un problema, no se debería siquiera
intentar si no se tiene la participación del “dueño” del problema. Luego,
cuando hablamos de desarrollo local no estamos hablando de acciones en una sola
vía hacia la población, ya sea desde la municipalidad, de una oficina del
gobierno y tampoco desde un organismo cooperante; y en sentido inverso, no
deberían existir esfuerzos de gestión de “los dueños del problema” sin el
acompañamiento externo necesario.
Sumado a lo
anterior, tenemos que insistir en la necesidad de parar la rutina del gobierno
municipal en administrar servicios públicos, recaudar impuestos e invertir las
transferencias del gobierno central; eso no produce desarrollo por sí solo;
como tampoco lo hace tener sendos planes estratégicos que solo sirven para
justificar financiamientos y para engalanar la oficina del funcionario (a). El
punto es que lo que no se hace desde y con “el dueño del problema”, nunca se
verá como la respuesta que la gente espera.
Pues bien,
si estamos de acuerdo en estos argumentos, tenemos un gran avance para
encontrar respuestas a cualquier problema que deseemos superar, pero hay algo
todavía más complicado de resolver, y es lograr que la gente se involucre en la
solución del problema desde su identificación, la definición de alternativas,
en la gestión y aporte de recursos y en la ejecución, evaluación y seguimiento
de los proyectos; en resumen, lograr que haya participación ciudadana.
Creo que
acá estamos frente a una primera política pública municipal por establecer, se
trata de hacer de la participación ciudadana una condición obligada de toda
decisión que afecte a la gente, positiva o negativamente. Pero como hemos
dicho, la población no tiene una cultura de participación muy desarrollada y
con frecuencia deja la iniciativa de gestión a sus problemas en manos de
“líderes (as)” que no pocas veces traicionan el mandato o la confianza
recibida.
Y ese hecho
obliga a trabajar para que la participación ocurra, esto es, crear las
condiciones que la promuevan e incluso la obliguen. Llegado a este punto,
resulta obligado entender al barrio y a la aldea como territorios que tienen
vida propia; no solo tienen necesidades y problemas, también tienen capacidades
que hay que conocer, potenciar y complementar para enfrentar el desafío de su
propio desarrollo.
Señores
(as), tengamos la certeza que cuando la gente participa en el proceso de
solución de sus problemas, estamos frente a la manifestación más alta de
conciencia, organización, transparencia y democracia en cualquier sociedad.
Luego, es tarea de la Corporación Municipal consolidar y crear donde no exista,
la organización necesaria de la población para desde allí tomar la iniciativa
del desarrollo que necesita.
Esas
organizaciones ya las conocemos, se trata de evaluar y fortalecer al patronato,
a la junta de agua, a la cooperativa agropecuaria, a la sociedad de padres de
familia, etc. Es a través de esas estructuras que se diseña los planes, se
gestionan y asignan presupuestos y se ejecutan los proyectos. Sin ellos, no hay
participación ciudadana y por el contrario, solo seguiremos fomentando
mendicidad social.
Jorge
Barralaga,
Correo:
barralaga@yahoo.com
El Marcalino año 8,
Edición 352
24 de julio del 2014
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