Por: Oscar Mauricio Ramos Henríquez
Una vez que realmente jugué con ganas una potra de
futbol, me pasó una buena pues recién andaba estrenando unos zapatos “cosmos”
muy bonitos (esa marca era salvadoreña, además de la “adoc”).- Pues allá llegué
yo frente a mi abuela diciéndole que los zapatos no me habían durado y que me
comprara otros; mi abuela que no era fácil de engañar solo me dijo: “esos
zapatos, son muy buenos y no son baratos, tiene usted razón, hay que comprarle
otros pues el nieto de doña Rosita no puede ir descalzo a la escuela, pero le
vamos a comprar unos que le duren un poco más y nos dirigimos a un taller de
zapatería que tenía don Obdulio Urquìa en una casa que ya no existe camino al
baño tibio (entre el barrio Concepción y el barrio Morazán) que era de una
señora que se llamaba doña Clarita.- Ya le explicó mi abuela lo que quería y
don Obdulio se puso manos a la obra pues yo no tenía zapatos para ir a la
escuela; me acuerdo que la plantilla era de suela (no de material sintético
como ahora) y yo no sé cómo los elaboró
pero creo que los costuró, los pegó, los clavó
y los remachó porque aquellos zapatos me duraron como mil años y esto
que yo me metía a los charcos, jugaba pelota, bueno, en fin, hacía de todo para
gastarlos y librarme de ellos porque no me gustaban pues la “horma” (el modelo)
era muy antigua y solo me libré de ellos porque el pie me fue creciendo y llegó
un momento en que no me quedaron, sino, creo que todavía estuvieran por allí;
así era la forma de corregir y castigar que tenía mi abuela.
Publicado por El
Marcalino
Edición 328, 10 de
diciembre del 2013.
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