La víspera y muerte de Filomeno Sánchez
(Cuento)
Por Jaime Suazo
Empezó a dar palmadas en la oscuridad intentando matar los zancudos siguiendo el vaivén de los zumbidos – si tan solo picaran en silencio-murmuraba. Se sentó en el borde del viejo camastro de madera y encendió el candil, siguió matando los zancudos sobre las paredes curtidas por la humedad de los tiempos del frio y por los tantos gráficos que dejaron los antiguos reos. Un golpe fuerte sobre los barrotes de acero sin mezclar que servían de reja en aquella celda llamó la atención- apaga esa luz- le gritó el centinela.
Intentó responder pero se detuvo; reconoció al centinela que seguía parado frente a la celda, sopló sobre la llama del candil para que se apagara y se acostó. –Perros - grito.
La mañana del lunes lo encontró despierto, durante la noche había escuchado el llanto de los perros en los barrios cercanos, las balas de salva disparadas por los centinelas que reportaban estar despiertos, el galope del caballo de la muerte que nunca nadie había visto y las oraciones del reo que nunca se fue por miedo a la libertad, así lo encontró la claridad del alba cuando apareció sobre los torreones de la antigua prisión, Filomeno Sánchez permaneció tendido sobre la cama muy ajeno a la estrepitosa levantada matutina que vivía el reclusorio, estuvo hablando para sí mismo por largo tiempo hasta que el ruido de unas cuantas campanadas lo sacaron a la formación del conteo.
Octubre empezó a sentirse. El oxido apareció en los goznes de los portones mientras la hierba fue brotando entre el enladrillado artesanal que hacia el piso de los pabellones, el entorno del recinto formado por monumentales paredes se fue poniendo mustio y el agua fue anegando los rincones hasta que todo el mundo comenzó a andar descalzo y fue por esos días que la peste de los zancudos instauró el insomnio colectivo.
La noticia de esa mañana fue la llegada del nuevo reo. Cerca de las nueve cuando un tibio sol comenzó a iluminar el recinto, aparecieron los inspectores de la guardia civil, junto a ellos iba un indio de corpulencia sobresaliente, de pelo largo disperso sobre los hombros y una sarta de collares pendiendo de su cuello, una caja de madera con cargadores de suela, un espejo de medio cuerpo enmarcado en un trenzado de palma y una mesita para tirar las barajas de adivinar el futuro; lo escoltaron mientras atravesaba el pabellón principal y al fondo hacia la derecha lo dejaron en las primeras celdas que estuvieron allí desde la fundación del reclusorio, muchos años atrás… CONTINUARA.
Publicado por El Marcalino
Edición 169, 04 de octubre del 2010.
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